Nikolái paseaba nervioso de un lado a otro de la colosal sala de visitas. Trescientos pasos debía dar de pared a pared, y cuando alcanzaba un extremo de la estancia daba la vuelta y reiniciaba el recuento. Ésa era su estrategia para no sucumbir al desasosiego.
Seguía andando con las manos en la espalda, su larga figura apocada por la preocupación y la barbilla casi rozándole el pecho cuando se abrió la puerta del servicio. De inmediato se viró hacia ella y se acercó dando zancadas. Por un momento se dibujó un halo de esperanza en su rostro, pero cuando vio entrar a la comitiva de camareras de piso se detuvo, desapareció la incipiente sonrisa bajo el populoso bigote y volvió la pesadumbre a su rostro.Seguir leyendo «El correo secreto del Zar siempre pasa dos veces»