Maldito seas, fuego frío,
que acampas a tus anchas por mis tierras,
que ardes los arbustos de un soplido
y sonríes en el blanco de tus ojos
mientras haces inventario de amigos.
Maldito seas, fuego frío.
Apostado en tu sofá prendes la llama
que arrasa nuestros sueños y principios.
Y señalas, con tu dedo de verdugo,
al cómplice que recibirá el castigo.
Maldito seas, fuego frío.
¿A quién hemos de culpar por tu presencia?
¿Al que te encendió, con o sin motivo,
o al que pudo apagarte aún a tiempo?
Sólo pido que nunca te salve el olvido.