Ayer salí a la calle
y pude por fin escuchar el silencio.
Cantaban las hojas,
silbaba el aire,
sonreían los pájaros
y el agua volvía a brillar
calle abajo.
Era todo puro ruido,
sin embargo escuchaba el silencio
—nuestro silencio—
que disfruté los pocos segundos
que tardé en regresar.
Segundos que fueron un siglo
de paz infinita.